Arrancaban los 80, una tarde de verano, haciendo la colimba, vestido de soldadito, llamó por primera vez a la puerta de casa y dijo que no hiciéramos ruido porque su suegro no podía dormir la siesta.
Una noche volviendo desde Capital, volcó en la curva de Loma Verde, lo fuimos a buscar.
Otra noche saliendo marcha atrás del garaje perdió una rueda del Citroen, fuimos a levantarlo.
Lo llevé a la Bombonera y lo invité a comer en lo de Quique. Me llevó a ver a Racing y después nos fuimos a cenar a Palermo , cuando Palermo si que era Hollywood.
Descolló en el Atlanta junto a Constantino. Vaya si trazó paralelismo con Diego.
Cruzaba y entraba a casa a comer su porción de postre borracho, si no quedaba, traía todos los ingredientes para uno más.
Asumió culpas para salvar a los suyos y precisamente muchos de los suyos lo estafaron.
Lo llamé una mañana desde un Cosquín Rock y en 6 horas estaba con nosotros, en el camping donde en la barra descubrimos la Capeta, un trago jamás inventado ni repetido.
Le dio un glamour nunca antes ni luego visto a la noche de Campana. Con los anticipos de Papalardo de Melody, en su casa sonó por primera vez David Guetta en el país.
En ese templo me casé, jueces y pastores incluídos.
Dio laburo, dio no una, unas manos, le dio de comer a un montón de vividores en los asados de los lunes a la noche en donde no dejaba que llevaran ni medio kilo de pan.
Colgó kilos de oro en su cuello, muchas veces no tuvo para comer, y no fueron muchos los que lo invitaron.
Me ayudó, lo ayudé, nos peleamos, dejamos de hablarnos por un tiempo, siempre nos volvimos a amigar, nos perdonamos mutuamente.
Aunque no tomaba nada de alcohol, todos los 24 y 31 venía a casa a brindar, y nos abrazábamos.