Esta poesía la pensé una mañana de invierno del 2016 en Mar del Plata, en una caminata que hicimos con mi esposa Elizabeth durante casi cuatro horas bordeando toda la costa. Ni la lluvia ni el viento nos detuvo, recuerdo íbamos muy abrigados, en gran parte del tramo nos acompañaba un perro que nos dejó recién en las subidas de Los Troncos. Han cambiado muchas cosas en estos entonces cuatro años de esa inolvidable caminata. El amor que nos tenemos no ha dejado de crecer día a día. Mi humilde poesía, no olviden soy contador, se llama así:
Tormenta de mar
El viento contraataca intentando desplazar esas gotas,
hasta allí han llegado,
se aferran a las mejillas de los vidrios,
los cristales son de viejos ventanales, resisten;
aunque logre hacerlas temblar, no las alarman,
las brumas siquiera pueden opacarlas,
es el momento en el que se retira derrotado,
buscando otra dirección, otro destino
imaginando tal vez otra intensidad.
El mar no tiene límites,
adolece profundidades definidas,
las olas no cesan nunca en sus canciones,
las rocas, cubiertas de viejos musgos indiferentes,
denotan, comprimen,
acompañan el ritmo
y cuando también en ellas,
cuando esas solitarias gotas preparan para el salto,
piensan y extienden años de pasión, interminables,