La Estación de Servicios Esso, en el Boulevard Sarmiento, regalaban los casetes de las canciones del momento, no había Bimo ni QR para pagar, no estaba Bulgheroni en nuestra ciudad. En la vieja Rivadavia, hoy Varela, en una vieja pared de ladrillos arriba estaba el tigre de la petrolera, vendían aceites. En el invierno, despachaban en la estación kerosene por si alguno no le había comprado a Narizota y a la tardecita los calentadores Brandsen ya no tenían combustible.

Años antes, en ese lugar de Sarmiento y Coletta, el famoso triángulo, cuando los campanenses no eran muchos más de veinticinco mil y en Dálmine trabajaba casi el veinte por ciento de la población, venían circos fantásticos, según cuentan los más grandes.

Paseaban por la ciudad sus elefantes, sus leones, soltaban a los gorilas adiestrados, que se metían en negocios y casas de la ciudad. Si los monitos rompían algo, los dueños de los circos se hacían cargo de todo y más, y regalaban entradas para toda la familia. Eran circos de dos, de tres pistas, no alcanzaban los ojos de los espectadores para ver.

Pasando estos días por Panamericana donde nuevamente visita conocido circo la ciudad, recordaba los cambios se fueron dando en tal fantástico mundo. El viajar por todo el país estando nada en casa, los animales que ya no están, hasta los tristes payasos que en los entretiempos salen por entre las viejas sillas a vender panchos y golosinas. Los carros hoteles y los motorhomes de años, de miles y miles de kilómetros recorridos en un mundo al que muy especialmente casi exterminó la llamada pandemia de la gripe.

Derrocaban a Perón en el 55, artistas y cantantes eran censurados y perseguidos, y visitaban ciudades un poco más alejadas de Buenos Aires, se enrolaban en parques de diversiones, por ejemplo, que también llegaban a nuestro triángulo. Y en el New York Park cantaban Hugo del Carril y Tita Merello, quienes se quedaban una semana, dos, en nuestra ciudad.

Charlando con mi viejo, recuerdos de inolvidables lindas épocas de nuestra ciudad.


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