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Julio Zapata.

Inseguridad, seguridad
La sobra de lo que se roban, el desarrollo en carne viva, el sol que nace y el día que muere, la fotografía de un desaparecido, la lucha. Innumerables son las formas de describirse que tienen muchos ciudadanos de cualquier barrio de la ciudad de Campana. Esa parte de la población, situada en la periferia de la ciudad tiene la sensación de olvido, recurrente en sus discursos. El barrio habla de sensaciones pero ninguna de estas relacionadas con el miedo a la delincuencia, a la inseguridad. Para hacernos preguntas del presente es tácito recurrir a la historia, ahí en el pasado están las respuestas.

Por estos tiempos es común escuchar, leer y ver que se establece una separación, arcaica, entre “vivir en el centro” y “vivir el barrio”. El tema central y que permite tal división es la inseguridad. Muchos “vecinos” están afectados por esta problemática y que los ha llevado a desarrollar ingeniosas ideas para una “excelente solución”. Cercar, cerrar, obstruir, vallar, todos estos sinónimos en diferentes discursos individuales pero con un pensamiento colectivo. Es así como el barrio va tomando el protagonismo de los males que afectan al resto de la sociedad.

Vestirse de una manera determinada (por ejemplo, zapatillas y gorras deportivas), usar un “típico” corte de pelo, caminar de una forma particular, utilizar “otro” vocabulario, oler de una manera particular, escuchar cierto género musical parecen ser algunas de las formas en la que se va construyendo la inseguridad. También las distintas maneras de identificaciones, de estigmatizaciones. En un barrio, por ejemplo, dos adultos con cinco hijos son planeros, vagos que no piensan, mantenidos por el Estado, y seguramente están criando delicuentes. Pienso cuál será, en la lectura genética, ése gen que determina que un pibe nace chorro. Pero en el centro, ésa misma cantidad de integrantes son una familia numerosa, trabajadores, estudiantes, amas de casa, profesionales, buenos, no crían sino que educan “ciudadanos de bien”. El discurso es ideológico, siempre. Ornamentarlo permite que se esconda una total discriminación (aunque muchos lo niegan) hacia el otro, ése “enemigo de la seguridad”.

La certitud del futuro es confusa porque no aún no hay una luz que haya aparecido. La inseguridad que sufre la clase trabajadora es poder mantener sus puestos de trabajo, de alimentarse, de pagar los servicios, del alquiler, de la salud, de vestirse, de hablar, de escuchar música, de la inflación, del segundo semestre, del tercer trimestre, de muchos etcéteras, y está en manos de las decisiones políticas, de esto sí que no hay seguridad. No son los que viven en los barrios los que destruyen la seguridad ni el bienestar de toda una sociedad, no son ellos los culpables de los males que aquejan a la comunidad.

Viven y respiran como todos los seres humanos, porque lo son. “Ver” es “no entender” y “entender” es “no ver”. Son los cuerpos visibles los que hay que esconder, tapar, o hasta inclusive cercar. El barrio y el centro parecen no poder mezclarse en los discursos, sin saliva política, que propagan los medios de comunicación, y que, insisto, reproducen quiénes los consumen y quienes los interpretan en primera persona.

Hace unos meses que el país parece entrar en una oscuridad económica, política y social de la cual los medios oficialistas no se hacen cargo. Pero siguen insistiendo en estigmatizar al “otro”. El grupo hegemónico que representa el 60 % de la comunicación del país sólo habla del pasado, nada dice del presente. Deja en claro cuáles son sus intereses. Argentina se construye de la General Paz hacia adentro, un país adentro de otro país. La misma lectura a nivel local, vivir en el centro de la ciudad tiene determinados “privilegios” que el barrio los construye en reclamos.
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